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El Suicida Accidental ( 3 )
Oriol Navarro Pàmies
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..Sangraba, sangraba y no paraba de sangrar! En el reducido rectángulo del ascensor la sangre derramada cubrió la superficie del suelo, el desmayo era ya tan inminente que tubo que apretar con fuerza su brazo sano contra el espejo para no derrumbarse. Cuando la puerta finalmente se abrió salió jadeante quedando la palma roja de su mano marcada sobre el cristal como la de un animal moribundo.

Abrió la puerta, cruzó la acera, y cayó de rodillas en medio de la carretera levantando sus manos al cielo; quiso pedir ayuda pero no pudo gesticular palabra alguna y solo un grito salió de su garganta, un terrible: AAAAAHHHGGGGG!! Que hizo que por entonces las pocas miradas que quedaban despistadas se clavaran sobre él con tremendo pavor y con morboso interés. Finalmente se desvaneció sobre el asfalto mientras un camionero despistado frenó en seco ante él justo antes de arrollarlo.

Trayecto en la ambulancia como si fuera una montaña rusa, contacto de su cara con la mascarilla de oxígeno, pinchazos duros y repetidos sobre su muñeca herida, voces de médicos: ha perdido mucha sangre…, mas oxígeno, mas pinchazos,… anestesia…, mas voces de médicos: se esta estabilizando, mas anestesia, mas pinchazos, y mas voces de médicos: esta fuera de peligro, y finalmente, sueño, sueño, sueño.

El despertar fue doloroso. El tacto áspero de las sabanas le rozaba con violencia por todo el cuerpo y la intensidad de la luz, aún con los ojos cerrados, le hacía pensar que había dormido mucho, tal vez días enteros. Poco a poco fue entreabriéndolos pero la luz amarilla era tan intensa que se le clavaba en la retina como agujas calientes, entonces puso su mano derecha sobre los ojos y los abrió contemplando una oscuridad repleta de puntos de luz que se movían, sin ningún orden, de un lado a otro. Lentamente fue separando los dedos y la iluminación que se colaba a chorros entre ellos le hacía distinguir las primeras formas de la habitación. A cámara lenta apartó su mano y pudo ver ya, pero no sin dificultad, el bulto de su cuerpo bajo las ásperas sabanas y el aséptico blanco nuclear propio del ambiente esterilizado con pestilencias a medicina de cualquier hospital. En su boca y su garganta notaba un desagradable sabor agrio que, pese a sentir un hambre voraz, le alejaba de la idea de ingerir cualquier alimento. Pero lo peor de todo era su brazo izquierdo, le dolía, más que dolerle, le pesaba como si fuera de piedra, como si estuviera atado con violencia al colchón y no pudiera despegarlo. Con el brazo derecho y no sin cuidado, pues en ese le habían inyectado el suero, fue deslizando la sabana pausadamente hasta descubrir su herida. Una venda de tela blanca se enrollaba desde su mano, dejándole únicamente libres los dedos, hasta un palmo mas allá de la muñeca, casi a la altura del codo. De repente la puerta se abrió y un hombre con bata blanca entro en la habitación.
- Hola, como te encuentras?- dijo mostrando una amplia sonrisa.
- Vivo- dijo mientras trataba de incorporarse.
- No tranquilo no te muevas, por unos días debes hacer un reposo absoluto.
- De acuerdo, no me muevo, como han sabido que acabo de despertarme?.
El médico sonriente dio un par de pasos a su izquierda y señaló a una de las esquinas del techo, el objetivo de una cámara lo observaba fijamente.

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